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martes, 29 de septiembre de 2015

Barrilete, una historia de pibes...o de otra cosa

Aquellos como yo, que tenemos torpes ínfulas de escritor de pacotilla, solemos escribir y guardar, escribir y quemar, escribir y mandar sin remedio a la bendita papelera de reciclaje. Algunos textos tienen la capacidad de superarnos y adueñarse de nuestra voluntad, no por su calidad literaria, si no por la emoción que nos ha causado al momento de escribir.
Entre tanto .doc perdido en un disco rígido viejo y a punto de perecer, he rescatado algunos textos que si bien no me enorgullecen, si me siguen latiendo.
Barrilete ha cumplido ya mas de una década y antes que se pierda en alguno de esos cambios tecnológicos de los que uno no sabe medir, quiero guardarlo en el blog, a título íntimo.
Los hechos y los personajes son ficticios y cualquier similitud que encuentren en este texto con amores perdidos o vinos desarraigados, es mera coincidencia.
Queda a discreción del señor lector.
Salud.

BARRILETE

"Corría el año 1980 y ya llegaban los primeros fríos que presagiaban el comienzo del otoño. Volvían la humedad, la hojarasca, el viento, y con él los barriletes, que en ese año en particular, abarrotaban el cielo de la tarde como fascinantes astros de papel, y digo que son como astros por la perplejidad que nos acomete al remontarlos, no es demasiado divertido lograr que suban, pero cuando están arriba en el cielo, no podemos sacarle los ojos de encima, y cada movimiento que efectúan lo seguimos con atenta mirada.

Por supuesto que había competencia ; cual era el mas lindo o quien tenía mas metros de piola, o quien se lo había hecho solo, la cuestión es que pasábamos horas en los techos de las casas o en algún baldío cercano remontando estos artefactos de baja tecnología, pero que tanto nos entretenían. Así fue que yo hice el mío ese año. Ya había hecho otros, pero este año quería hacer uno especial, y elegí la estrella de ocho puntas. 

Me dispuse a conseguir las cañas de tacuara, cosa que era fácil ya que en cualquier terreno cercano se podían encontrar, el papel afiche, que compre en la librería de al lado de la escuela con plata que me dio mi abuelo para mi cumpleaños, el hilo para el bastidor, y por último los trapos que hacen la cola. Los trapos son importantes, y eso lo descubrí el año anterior, cuando mi barrilete rombo se había ido de un lado para el otro por el poco peso de la cola, así que este año conseguí unas puntas de rollo de tela de jean, que un vecino  traía de la textil en la que trabajaba y me  regalaba .Tenía metros de esa tela y parecía perfecta para tal propósito. 

Con todos los materiales listos, comencé esa misma tarde. Preparé el engrudo, y me fui al galponcito del fondo a comenzar mi obra .Una vez que tenía las cañas cortadas y mis manos habían sufrido ya un par de tajos por el filo que toman estas varillas cuando uno las abre en cuatro, lo demás fue fácil, corté el papel, lo pegué, armé el bastidor y luego lo forré, lo dejé toda la noche para que se seque el engrudo, y al otro día le coloque los tiros y la famosa cola, que medía mas de tres metros. Desde el verano venía juntando hilo; hilo de ese que usan para atar las pizzas, así que cada vecino y pariente había sido un contribuyente mas para el gran ovillo que estaba armando, además compré con lo que me había sobrado del papel afiche, dos rollos enteros del mismo tipo de hilo, era la primera vez que tenía tanto y eso que  para ese entonces me parecía un gasto enorme comprar tantas cosas para fabricar  un barrilete. Pensar que el año pasado no había gastado nada, ya que todos los materiales eran gratis: el papel era de diario, las cañas siempre fueron gratis, y el hilo también lo había juntado, pero este año era diferente, quería algo profesional, y parecía que el gasto valía la pena. 

Quedó terminado al atardecer, pero como a esa hora no se remonta, decidí agregarle unos flecos a todo el contorno de la estrella, cosa que le daba un aire elegante y yo estaba seguro, aunque ningún precepto aeronáutico lo estableciera, que estos flecos de papel ayudarían a que volara mejor.
Estaba hermoso y perfecto, era blanco y rojo, dividido en cuatro partes que se unían en el centro formando un cuadrado, la cola color azul y los flecos completaban la obra de arte que había pergeniado en mi mente. Lo colgué contra una pared del galpón y me quede ahí observándolo largo rato, hasta que mi mamá me llamó para comer, apagué la luz y cerré la puerta, y me fui pensando que estaba muy lindo, pero que al día siguiente debía probarlo, ya que en la cancha se ven los pingos, y si no volaba bien, mis esfuerzos por la estética me podían jugar en contra ante la barra de pibes que iban al campito de Ituzaingo, imaginate llegar con semejante barrilete, y que no levante, sería el hazmerreír de todos, y no podría volver sin que se burlaran de mi, así que debía probarlo en el techo de casa, así, si no remontaba, tendría tiempo para arreglarlo y después si, pavonearme con los pibes.

Casi no pude dormir esa noche, era viernes y al otro día no había escuela, así que a primera hora podía empezar a probar mi estrella .Me dormí tarde pensando si mañana habría viento suficiente para que levantara rápido y  no tener que andar corriendo por el techo de casa. 
Me desperté temprano y ni siquiera me peiné ni me lave la cara, desayuné rápido y me ligué unos cuantos rezongos de mi mamá, pero no me importo , fui derecho a buscar mi barrilete y subí al techo de casa para probarlo. El día estaba bastante ventoso y nublado, el viento soplaba del noreste, así que me puse de espaldas al viento, acomodé los últimos detalles y lo largué, corrí apenas dos metros y empecé a darle comba y a soltarle hilo, mas comba y mas hilo, y comenzó  a subir y a subir, le soltaba bastante hilo y caía un poco, pero le daba comba y subía enseguida, que estabilidad que tenía ese barrilete!!!, no se iba de lado, ni cabeceaba, era perfecto, creí haber logrado la excelencia en aerodinámia de cometas. Lo deje subir hasta la mitad el ovillo y ahí lo dejé, me senté en el techo de casa y así me quedé por horas, solo mirándolo y observando su comportamiento, no hizo falta que lo toque en todo ese tiempo, él estaba ahí, soberano en el cielo nublado, parecía un astro rojiblanco, era en realidad imponente ver que ni se movía, y que cuando el viento lograba desplazarlo, él solito se acomodaba para permanecer gallardo ante su embate. Decidí bajarlo y guardarlo, ya había superado la prueba de vuelo, y no quería que los pibes del barrio lo vieran antes de tiempo, así que me bajé del techo y como ya casi era hora de comer, me fui para adentro a contarle a mi hermano de mi perfecto barrilete. 

A mi hermano mucho no le gustaba ya remontarlos, le parecían aburridos para su edad, yo tenía 10 y el 12 años, pero a esa edad 2 años parecen una generación, así que me escucho casi por compromiso y se aguantó mi euforia solo para pedirme que jugara un arco a arco en la calle mientras mamá terminaba la comida, acepté y salimos y jugamos como todos los días, pero en mi mente estaba el campito de Ituzaingo, donde a la tarde se juntaban todos y yo iba a estar ahí; nos llamaron a comer y entramos enseguida, comí rápido, ayudé a levantar la mesa y a secar los platos y le comenté a mamá que me iba al campito con el barrilete, ella me miró con resignación y me dijo que tuviera cuidado con los autos. Entendí su respuesta como un permiso tácito. 
Hice tiempo un rato y cuando se hicieron las tres de la tarde, agarré mi barrilete y me fui para el campito solo, cuando llegué ya había gente conocida remontando, el viento había incrementado bastante, así que los barriletes flameaban en el cielo con mucha inestabilidad y peligro. Mientras me preparaba para hacerlo subir se cayeron dos rombos y había un pibe con una estrella parecida a la mía  que no quería subir y se caía a cada intento. Ya estaba listo y lo largué, corrí un par de metros y empezó a subir, subía y subía, tranquilo y manso, y mientras los demás se movían de un lado a otro, mi estrella estaba serena, imperturbable, parecía que estaba clavada en el firmamento de la tarde gris. Los pibes que estaban ahí y los que iban llegando no podían creerlo, señalaban mi barrilete y se comentaban cosas que yo no podía escuchar, pero que imaginaba.  Concentrado en mi tarea ni los miraba, alguno pasó y me palmeó la espalda felicitándome, y algunos no me miraban tampoco, pero si miraban a mi barrilete, con envidia y fascinación. Llegó el momento de irme y recibí saludos y felicitaciones de casi todos los que estaban ahí, volví a casa contento por la victoria obtenida esa tarde, para mi era una victoria, y me dije a mi mismo que no volvería mas allí, que prefería disfrutarlo solo en casa, y que si querían verlo, lo harían en el cielo todas las tardes. 

Y así fue, cada tarde después que comía y hacía los deberes de la escuela, me iba al techo y realizaba el diario ritual de remontar mi barrilete durante horas. Y lo disfrutaba mucho, es que era perfecto ese cometa, no solo en la belleza exterior, sino en su comportamiento, tan suave y tranquilo, tan confiable y sereno. Me animé a ponerle un segundo tiro y un doble hilo, así que hacía con él lo que quería, lo llevaba de un lado a otro a voluntad y ni el viento mas fuerte podía voltearlo, parecía invulnerable, casi sagrado. Así pasé semanas haciendo lo mismo. Cada tarde, el cielo se adornaba de muchos barriletes, pero el mío resaltaba entre todos y yo me sentía en la gloria, él era mi estandarte y mi orgullo, y ya se hablaba en el barrio de esa estrella de ocho puntas roja y blanca. 

Seguí todo el otoño y principios del invierno con la misma rutina, solo los días de lluvia me privaban del placer de remontarlo, cada día era una fiesta para mi y un gozo. Pero una tarde de invierno sucedió lo inesperado. No había mucho viento y mi barrilete estaba ahí como siempre, sereno y tranquilo, estuvimos toda la tarde juntos porque había sol y no hacía tanto frío, comencé a bajarlo y en ese momento se corto el hilo, no podía creerlo, se había cortado, miré y reconocí el clásico movimiento que hacen los cometas sin hilo, empezó a caer despacio y suavemente, el viento lo llevo unas cuantas cuadras, y lo perdí de vista, recogí el hilo  en el ovillo y comencé a desesperarme, no sabía que hacer, salí corriendo a buscar la bici y sin avisarle a nadie empecé a buscarlo hacía donde lo había visto caer, recorrí cuadras sin ningún orden, y después de media hora lo vi, estaba colgado en los cables de media tensión, enganchado de la larga cola y cabeza para abajo. Me pregunté como haría para recuperarlo. 
Volví a casa y le comente a mi hermano, le pedí que me ayudara a bajarlo; debe haber visto a la desesperación misma en mi cara, ya que sin dudarlo me dijo que no me preocupara que mañana lo bajábamos como fuera. No pude dejar de pensar en él hasta que me fui a dormir, y una vez  en la cama, pensé como haría para bajarlo, me dio miedo también de que alguien quisiera apoderarse de él, ya lo conocían y sabían lo bien que estaba hecho. 
Llovió toda la noche, y me desperté varias veces con los truenos y cada vez, pensé en él y si podría resistir la tormenta. Me levanté temprano y todavía lloviznaba, pero igual fui a verlo, el papel estaba despedazado y descolorido, pero pensé que no era lo mas importante, todavía podía recuperarlo, solo tenía que volver a forrarlo. Volví a casa y cuando mi hermano se despertó, le pedí que me acompañara, y aunque no le gustó mucho la idea, lo hizo. Fuimos a lo de mi abuelo a buscar una caña larga, que tenía para sacar las naranjas mas altas del árbol que había en el fondo, llegamos e intentamos bajarlo, pero no podíamos. Primero intentó mi hermano y después yo, solo logramos romperlo un poco mas, igualmente estaba decidido a bajarlo como fuera, y seguimos intentando, con cuidado, tratando de no romperlo aun mas, y parecía que cada intento destrozaba mas a mi querida estrella. Seguimos hasta que se nos acabaron las ideas y hasta que la tarde se convirtió en noche, mi hermano miraba con resignación la inutilidad de mis esfuerzos, me dijo que mamá ya estaría preocupada y que si no queríamos ligarnos un par de semanas sin salir a la calle, que volviéramos y que mañana sería otro día, que volveríamos a intentar. Yo no podía rendirme, pero le hice caso y volvimos, mi madre estaba preparando la cena, y mientras comía pensaba en mi barrilete y en como recuperarlo, y se me agotaban las ideas. 

Al otro día volvimos después del mediodía, y ya no estaba, algo o alguien se lo había llevado, pudo ser el viento, o pudo ser alguien que  lo envidiaba, lo cierto es que solo un retazo de la cola quedó enganchado en los cables. Me pregunté quien lo tendría o donde habría ido a parar, pero sobre todo me dí cuenta en ese momento, que lo había perdido para siempre. Sentí un pena terrible, porque supe que nunca mas volvería a tener uno como ese, era especial y único para mi, y no era por el trabajo ni por el dinero que había gastado en él, era por lo mágico que fue nuestro tiempo juntos. No me lamenté, ni lloré, solo miré a mi hermano y empecé a caminar para casa, él me puso el brazo en el hombro y volvimos juntos, y no hablamos mas del tema, solo dije que no volvería a remontar barriletes, que ese sería el último... No fue cierto, seguí remontando barriletes unos cuantos años mas, pero nunca fue igual a ese año.


Han pasado los años, y los otoños, la hojarasca sigue tapizando las veredas del barrio, y aunque ya casi nadie remonta barriletes, las tardes grises y húmedas, todavía  evocan a mi estrella, esa de ocho puntas, roja y blanca, con flecos y con cola larga..."